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Entrevista a Diego Alonso Sánchez

“somos animales que guardamos reminiscencias salvajes”


Foto: Mitsuya Nicolás Sánchez
Por José Carlos Picón

Un aleteo casi silencioso llega del Lejano Oriente en los versos de Diego Alonso Sánchez Barrueto (Lima, 1981). Co fundador del grupo de Creación y Publicación Sociedad Elefante —allá durante sus mozos años en la Decana de América, donde es bachiller en Literatura—, es ahora un poeta de oficio que traduce sus vivencias y cotidianas desventuras en versos que tienen de la poesía japonesa, textura e intensidad. Investiga desde hace varios años la literatura del país del Sol Naciente y la cultura nikkei. Tiene entre sus publicaciones la plaqueta Mitsuya Nicolás y otros poemas (2002), y los libros Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho (2009) y Se inicia un camino sin saberlo (2014), este último poemario, ganador del Concurso Nacional de Poesía Asociación Peruano Japonesa, José Watanabe Varas, 2013. Asimismo, ha publicado artículos y ensayos en diversos medios escritos y digitales del país. Actualmente, se desempeña como profesor en el colegio Los Reyes Rojos de Barranco. Acaba de publicar con el sello Paracaídas su libro Pasos silenciosos entre flores de fuji, que viene acompañado de sutiles y sugerentes ilustraciones realizadas por Nobue Kondo. Fuimos a la búsqueda de un satori de la mano de Diego y esto fue lo que sucedió.

En el tiempo que vienes estudiando la tradición poética japonesa y escribiendo versos a la luz de esta, ¿pusiste a la realidad peruana frente al filtro de esas lecturas?

Siempre un escritor actúa como un filtro natural de cuantas cosas le circundan y no puede obviarlas cuando escribe. Quizás, de una manera más íntima y diferente, sin el lente que a veces impone el canon, he podido hablar de la realidad que me rodea usando referencias del oriente lejano.

Hay una fijación en la condición del migrante de Japón.

Muchas de mis lecturas en torno a la migración japonesa al Perú y la participación de sus descendientes en la construcción de nuestra República durante el siglo XX –sobre todo—, se han fijado en esa identidad del migrante que, también, se ha sentido en otras esferas de nuestra sociedad: subrayemos nuestra peruanidad como un crisol de razas y como una sociedad plena en desencuentros culturales. Ese tema asoma cada cuanto viene a mi cuerpo la necesidad de escribir y, fuera de la poesía, ha sido una necesidad trabajarla en artículos y/o testimonios periodísticos. Vale explicar que no tengo sangre que proceda de Japón, pero sí la tiene mi descendencia: en mi hijo se ha depositado esa herencia del País del Sol Naciente; él es un agente activo de la comunidad peruano japonesa. Entonces, qué duda cabe, este hecho marcó profundamente mis lecturas y, luego, mi forma de escribir, pero sin descuidar la realidad peruana, que me atraviesa todos los días y me pone millones de palabras en la cabeza, que luego pergeño en mis textos de apariencia oriental.


Acuarela Nobue Kondo

¿Qué tipo de escritores en Perú, o en países con tradiciones poéticas similares, abordan o abordaron en sus versos un lenguaje desde la literatura oriental o japonesa en particular?

En nuestra tradición literaria los que se animan a replegarse del espíritu anglosajón, hispánico, galo o andino, son vistos con cierta desconfianza o con conmiseración, por extravagantes. Pero sin ir muy lejos, ni acudir a escritores con poco recorrido, puedo asegurar que existe una tendencia entre muchos autores que van al encuentro de la identidad nikkei en la literatura peruana. Las condiciones históricas y sociales de nuestro país, sin lugar a dudas, han impactado en nuestra tradición y esto es evidente no solo porque, en el caso de la inmigración japonesa, tengamos autores renombrados de filiación nipona, por ejemplo, sino porque la influencia de esta cultura se puede sentir en muchos otros escritores que no tienen vínculos familiares con el Japón.

Foto: Archivo familiar

Algunos nombres de estos casos…

Vale mencionar casos ilustres de autores como Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Ricardo Silva-Santisteban, Walter Curonisy, Hildebrando Pérez, Alfonso Cisneros Cox y Renato Sandoval, o de los estudiosos Estuardo Núñez, Luis Rocca y Francisco Loayza, para certificar esta poderosa influencia. Pero, también, es necesario mentar a escritores nikkei, como Rafael Yamasato, José Watanabe, Nicolás Matayoshi, Doris Moromisato, Augusto Higa y Juan de la Fuente Umetsu, y a los investigadores Jorge Kishimoto, Enrique y Alejandro Tamashiro, para dar algunos ejemplos de literatos de fuste que poseen esta sensibilidad, con evidente ascendencia japonesa.

Y fuera del Perú…

El ambiente latinoamericano ha sido propicio para la exploración de los géneros japoneses, así como la celebración de esta cultura. Los mexicanos son autoridad en estos meandros literarios, donde bastaría mencionar a Juan José Tablada, primer cultor en castellano de la poesía haikai (entiéndase haiku, a pesar que el mexicano nunca utilizó este rótulo). Él fue quien abrió en Latinoamérica la fascinación por la literatura japonesa a principios del siglo XX. También se cuenta con el poeta Octavio Paz, quien con ayuda de Eikichi Hayashiya, tradujo por primera vez al español la obra cumbre del poeta japonés Matsuo Basho: Oku no hosomichi (Sendas de oku). Esta edición viene con un estudio preliminar que sirve de “biblia del haiku” para muchos de sus seguidores. Y como si fuera poco, actualmente existe una escritora mexicana que es la autoridad más distinguida sobre poesía japonesa en Latinoamérica: Cristina Rascon.

¿Sólo en México?

En muchos países de Latinoamérica, como en Ecuador, tenemos otros escritores con influencias japonesas y que han tenido vital participación en la conformación de la poesía de su país. El caso de Jorge Carrera Andrade es singular, sin lugar a dudas.

¿Hubo voces de tradiciones distintas que evocaron los códigos poéticos de Japón?

Sin dejar de mencionar a poetas más curtidos por la fama, el propio padre del Modernismo, Rubén Darío, también coqueteó con oriente y trabajó varios textos con referencias japonesas. En el Perú, para cerrar esta breve revisión, también tenemos autores que desde antiguo fueron fascinados por el archipiélago nipón: entre los más distinguidos, el arequipeño Alberto Guillén y el barranquino José María Eguren. El primero escribió “haikais” al estilo de Juan José Tablada, mientras que el segundo, más influenciado por Rubén Darío, esgrimió sutilezas del País del Sol Naciente en su poesía, todo esto a principios del siglo XX.

Acuarela Nobue Kondo

¿Qué valores y recursos encuentras en la tradición poética japonesa que no se hallan en la occidental?

En realidad se pueden percibir todos los valores y recursos literarios posibles en ambas tradiciones, pero lo más significativo en la japonesa, por lo menos la clásica, es el gusto proverbial por lo contemplativo. Esta representación de la realidad, siempre vinculada a la naturaleza y sus paisajes estacionales, cala en nuestra conciencia porque somos básicamente animales que guardamos reminiscencias salvajes, como el estar continuamente al acecho, que hemos disminuido en favor de lo superficial, es decir, para percibir solo lo aparente. Aquí entra a tallar los saberes místicos que enriquecen de sobremanera su tradición literaria. También, al ser esta una cultura que bebe mucho de la China, formativamente asume su manera de elevar los temas literarios de lo figurado a lo literal, reconociendo en su poética una exégesis más simbólica. La escritura con ideogramas propicia esta manera tan sugestiva de hacer literatura. Ahora, como decía el buen José Watanabe, la poesía japonesa anula todo preciosismo retórico en favor de imágenes muy potentes y profundas; vale decir, que mucha de la poesía en occidente es metafórica y en oriente no existe esa propensión estilística. La metáfora se desvanece en la lírica nipona clásica, sin lugar a dudas.

La figura o dicotomía del maestro-alumno que se ve en Basho, como en tu propuesta ¿solo se encuentra en la poesía oriental?

Tomo a Matsuo Basho como maestro personal, la verdad, en muchos aspectos. Pero también descanso mi mirada en otros maestros japoneses como Ryookan y Ki no Tsurayuki. Los tres hacen gala de esa sabiduría que es necesario compartir con el universo, pero sin dejar de lado el aprendizaje continuo que es la vida misma. Como apelo mucho a los saberes místicos de oriente, sobre todo los vertidos por el budismo zen, estos maestros aparecen en mis poemas como guías de otros, pero sin abandonar sus propios descubrimientos, que muchas veces deben escapar de lo sensorial para ser “verdaderamente” asidos. Esta sabiduría es propia de quien deja la arrogancia y abre sus ojos para aprender de manera significativa, sin pretensiones cultistas o academicistas. En este sentido, la dicotomía a la que aludes, se presenta, principalmente, en mis dos primeros libros, pero no deja de aparecer sutilmente en el último. Ahora, este tipo de relación maestro-alumno, ha sido ampliamente abordado también en occidente, sobre todo por los griegos, pero la manera como la quiero plantear y con la que me siento más a gusto solo la he encontrado en los textos clásicos de oriente, no solo japoneses, sino también chinos.

Acudimos en tu libro a una poesía de contención poderosa pero sugerente. Llama la atención el hecho de “colocarte” en el lugar de algunos de tus personajes. Les das vida y espíritu. ¿Cómo afrontaste esas decisiones durante el proceso creativo de Pasos silenciosos…?

Como Fernando Pessoa, asumo en todos mis libros una posición de “fingidor”. A veces alejarme de mi condición íntima me permite entender mejor mis apetencias humanas, como si pudiera verme a través de un cristal en un escaparate. Por ello, los personajes que abordo en mi último libro son esencialmente mi reflejo, incluso cuando el género femenino o masculino ponen aparentes barreras emocionales o físicas. Es un juego de espejos que a veces toma una relevancia imprevista: en varias oportunidades me han cuestionado que en este afán fingidor he descuidado el trabajo de mi propia voz. Este tipo de elucubraciones me parecen ligeras, como si fuera necesario tarjar los versos desde el –“inequívoco”, como inexistente— “yo poético” para ser genuino y conformar una propia manera de hacer poesía.

¿Qué riesgos encontraste en esa dinámica?

En este ejercicio siempre hay riesgos, porque en efecto te puedes perder en algún universo que no controlas y este te absorbe. Quizá la necesidad de salir de ese vértigo me ha llevado a la decisión de abandonar la vertiente oriental en favor de nuevos vientos, nuevas lecturas, con las que me vea nuevamente en aprietos, planteándome nuevos retos. Esta manera reciente de afrontar la poesía me ha llenado de vigor y, como ávido estudioso, me estoy aplicando en nuevos temas de los que todavía no tengo ningún proyecto seguro.

La música y la musicalidad en la poesía son la mayoría de las veces importantes y hasta centrales, pero no siempre. Presumo que en el caso de la tradición japonesa lo es. ¿Qué particularidades tiene esta y en qué se diferencia de otro tipo de poesía, en ese sentido?

La métrica en la poesía japonesa primitiva es tan lírica como la de cualquier otra cultura; esa condición es inapelable en todas las tradiciones. Ahora, si hablamos, por ejemplo, del tanka o waka, que se considera la primera manifestación poética propiamente japonesa, fuera de las imitaciones naturales de la poesía china que marcó la lírica nipona hasta antes del siglo X, evidentemente tenemos un ritmo esencial. Es conocido que la métrica marca la cadencia en la poesía y los tankas no escapan de esta condición ineludible de la poesía universal. No en vano waka se traduce al español como “canción japonesa”. La musicalidad está presente. Ahora, la formulación fónica del idioma japonés escapa a nuestro limitado alcance en castellano: por eso, cualquier traducción impide disfrutar de su verdadero alcance rítmico. En este sentido recuerdo una anécdota que me relató José Watanabe, a cuento de su poemario “Banderas detrás de la niebla”. El título hace referencia a un viejo haiku de KobayashiIssa que en lengua original reza algo así:

Ushi moo moo
moo to kirikara
de tarikeri.

Ahora en castellano tenemos esta traducción:

Muu, muu, muu
muge la vaca, y sale
de entre la niebla.

Lo que me dijo Watanabe es que en esta traducción es imposible sentir la música que, más allá de las onomatopeyas, tiene el original, una suerte de aliteración que palpita en nuestros oídos y que no nos dice nada, no nos quiere explicar nada, pero sí transferirnos un conocimiento a partir de sus sonidos.

Sociedad Elefante - Foto: Archivo personal



Coda

El sol ha salido un día de invierno que hasta ayer caló hasta los huesos. La garúa limeña es propicia para los versos de Sánchez. Partimos con el silencio y la actitud contemplativa luego de una larga conversación. Aquí les dejamos dos poemas del libro:


KI NO TSURAYUKI, MAESTRO DE POESÍA

Una modesta celosía nos separaba en la habitación. Despuntaba
el día y la luz dibujaba sus formas, como un espectáculo de
sombras y siluetas, solo para el deleite de mis ojos. Los cuclillos
celebraban este encuentro con sutiles melodías. Repentinamente,
recité estos versos:

De este amanecer
de antiguo torrente,
solo beben los que
su sabor recuerdan,
sin querer, sin saber.


ONO NO KOMACHI, POETA CORTESANA

He pasado demasiados días sin saber nada del caballero del
Portal de los Pinos: el tiempo suficiente para perder la esperanza
de verlo otra vez. Desorientada e incapaz de escribir un poema
que hable del desapego sin caer en la tristeza, garabateo estas
palabras:

Mis mangas están
húmedas por las lágrimas:
mi pena es una barca solitaria
que navega obstinadamente

sobre la seda gastada.
Entrevista a Diego Alonso Sánchez Entrevista a Diego Alonso Sánchez Reviewed by ContraPoder on 17:26:00 Rating: 5

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