Cuando en 1998 vino a Lima por primera vez el poeta colombiano
Jotamario Arbeláez, esquivando las nubes y la neblina desde su aparato volador
transformado en un terrenal Boeing, le esperaba una pesquisa. Habituado, como
leal nadaísta, a la diatriba sublime, al escándalo ideológico, a la huída hacia
adelante y a enormes cantidades de poesía como manjar diario, lo que más le
preocupaba no era su presentación ante los alumnos de la Universidad de Lima
que le esperaban impacientes.
A Jotamario —rebelde con causa y nadaísta por principios desde
1958, cuando el profeta Gonzalo Arango fundó el movimiento— le interesaba
encontrarse con un mito que había crecido en su desconsuelo y en la lejanía.
Esperaba hallar a la poeta peruano-chilena Raquel Jodorowsky, reina diminuta y
burbujeante que lo trajo loco, a él y a toda la tropa nadaísta, cuando pasó por
la Bogotá de los años 70.
Sin planos ni pistas, y ni siquiera una huella dactilar en una
carta de amor, yo había encontrado a la musa viviendo en una casita frente a un
parque en Lince. Raquel, con sus intactos ojos de un verde turquesa, retirada
del mundanal ruido y de las pompas materiales, se había recluido a pintar y
escribir. Llevaba el tiempo con dignidad pero ya no era la muchachita que trajo
de cabeza a la vanguardia artística latinoamericana más feroz.
No hubo manera de impedir que Jotamario quisiera verla apenas lo
fuimos a saludar con el poeta Luís La Hoz. Sin citas ni mayores preámbulos le
caímos a la casa. Pero no nos recibió nadie. La diva no estaba. Abatido, pero
con la esperanza en carne viva, volvimos a la universidad y el poeta inició su
recital contando los magros resultados de la visita, para la que se había
preparado —le contó al auditorio— rociándose Aqua Velva y engullendo una
pastilla de Viagra. Los muchachos explotaron en risas sin darse cuenta que la
confesión era el testimonio de una pequeña tragedia, casi un bolero.
Al siguiente día, por supuesto, volvimos. Y esta vez la dama nos
abrió la puerta. Estupefacta, al principio no entendió bien quién era el
galante quijote que le deshilvanaba recuerdos que posiblemente ella había
quemado hace mucho tiempo. Pero lo hizo pasar y nosotros quedamos a la espera.
Después de cinematográficos quince minutos, entramos nosotros, los escuderos.
Raquel lucía esplendente y con el rouge de los labios ligeramente corrido.
Jotamario estaba feliz y había recuperado sus 20 años, cuando era el arrojado
poeta que había mantenido en vilo a la pacata sociedad colombiana, por la
virulencia y belleza de su poesía, y por los happenings flamígeros con que
atacaban a los mentecatos.
El Nadaismo tenía agremiados a poetas como X-504 (apodo tras el
cual se ocultaba el joven antioqueño Jaime Jaramillo Escobar, ganador del
Premio de Poesía Nadaísta Cassius Clay 1967 por su libro “Los poemas de la
ofensa”), Eduardo Escobar (que además de poeta era un mochilero insurrecto),
Darío Lemos, Jan Arb (hermano de Jotamario), entre otros. Toda una legión de
temer que aparecía cotidianamente en los diarios por sus fechorías poéticas,
como cuando irrumpieron en una catedral, durante la consagración de Bogotá al
Santísimo Sacramento, para desordenar una misa solemne, espantando a los feligreses
con la herejía.
Pero en ese momento, cuando Jotamario estuvo frente a Raquel, era
un santo aureolado. El encuentro motivó luego unos poemas pergeñados por el
vate colombiano y el encargo a mi persona de cuidar a la doña, hecho que,
confieso, cumplí sin la devoción necesaria, pues visitaba a Raquel muy
esporádicamente.
La incidencia me llevó a conocer más al sublime poeta nadaísta, a
quien había conocido en Bogotá en un viaje anterior, y me hizo entender su
corazón propenso al amor, a Raquel y a todas las mujeres que el poeta ha amado,
y que estas han correspondido con fervor. Les copio un poema suyo para entender
más su tan impoluto sentimiento.
DESPUÉS DE LA GUERRA
Un día
después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un
día
te tomaré en mis brazos
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un
día
si después de la guerra tengo
brazos
y te haré el amor con amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un
día
si después de la guerra hay
amor
y si hay con qué hacer el amor.
Los santos aparecidos - Un Nadaísta en Lima
Reviewed by ContraPoder
on
18:51:00
Rating:

No hay comentarios: