Burgués, según la señora María Moliner en su Diccionario de uso del español, se aplica, en tercera acepción, a veces despectivamente y a veces humorísticamente, a las personas que disfrutan sin inquietudes o preocupaciones una posición económica acomodada. La prudencia, se dice, es uno de sus rasgos más característicos. En La muerte de un burgués (Lima, 2010), por lo que parece, el autor endilga el adjetivo a su protagonista, es decir a él mismo. Sin embargo la muerte aludida no conlleva el acabamiento de la existencia física de dicho ser. Se trata más bien de una mutación. ¿Mutación hacia dónde? ¿Mutación hacia qué?
De entrada, desde los primeros versos, Jerónimo Pimentel nos plantea el eje central de sus preocupaciones: “No sé si creo en Dios. / Creo en la fuerza atómica, / que nos une y nos da forma. / Su afinidad nos hace tal cual somos / y así puedo verte, tocarte y amarte.” (Nostalgia de lo absoluto, p: 7). Esa idea -un Dios ajeno a las prédicas de las parroquias, templos e iglesias, pero que al mismo tiempo une y da forma para ver, amar y tocar- navega de un extremo a otro del poemario, matizado en sus diferentes estancias por unos toques humorísticos: “Subí el telescopio al techo, / la noche al techo, / y me propuse meditar, / a cuarentaicinco grados del cielo. / Noche, día y noche, Galápagos: / Dios dormía un sueño de tortuga.” (El evangelio del cosmos, p: 38).
El conjunto de estos poemas está inserto dentro de un cuerpo rojo compuesto por veinticinco piezas de diferente formato y textura. Un magnífico objeto. Sus alusiones a los creadores de personajes emparentados con la creatura humana -Frankenstein, Pinocho- e inscritos en la mitología contemporánea son también metáforas para aludir a los seres descerebrados o a las entidades al servicio del hombre bajo condiciones controladas pero enemigos de éste, y, como ya dije, marcados por un fuerte sentido del humor. No por eso deja de ser una idea deificadora, una manera vinculante con en el éxtasis o el repudio con la esencia de esa aventura: “Pronto no habrá nada que podamos afirmar / y cualquier cosa que escojas será el centro del mundo. / No importará que le falte religión, / ni que sea una tontera atea más, de esas que el planeta / arroja, cada cierto tiempo, a los brazos de Caronte.” (Física, p: 11).
Hay una voz que oscila entre el más descarnado ateismo y el rigor de la lógica cientificista, para llegar en ciertos momentos a entonaciones vecinas de lo sacro. Por eso mismo pocos serán los lectores que en una primera lectura no salgan impresionados por el mundo que construye en medio del estruendo de la música y del barullo urbano; un hombre desesperado que se pasea por su barrio pero aislado del mismo por el audífono en el que resuenan melodías a base de guitarrazos: “… mi genealogía se esconde en la historia de este país / como una hoja seca en las páginas de un anatomista / y a estas alturas tengo claro que hay marcas imposibles de borrar / cómo hablas / cómo quieres / de dónde eres / y con esos indicadores en la frente camino por el barrio guiado / por el instinto” (Built to spill (Psicosis mística) / Trayecto abierto, p: 17). Ese hombre, que duda cabe, es un burgués, cuestionando su entorno.
Pocos serán los lectores, digo, que en una primera lectura no salgan impresionados por la coherencia de la mirada que nos presenta el universo en el que se mueve: “… las casas, he ahí las casas / que los chilenos olvidaron quemar / que los limeños no tugurizaron / que Velasco no expropió / que sendero no detonó / que la miseria no devoró / que la inflación no devaluó / que los liberales no vendieron / que los militares no robaron / las vi, / increíble / la esencia misma de este país ante ojos banqueros, / a precio de nada el secreto nacional…” (Clean & Sober (de República de Panamá a José de la Torre Ugarte) / trayecto cerrado). Se trata del mismo protagonista, cuestionando su propia manera de vivir e incluso el destino de la sociedad. Se añade a esto la efervescencia de la palabra para enunciar un mundo muy singular y sin embargo tan de todos los que son de lima, o tan de todos los que en algo conocen esta ciudad. Pero, sobre todo, más allá de eso que es visible inmediatamente, hay también una visión de la historia y de la sociedad en la que a ese burgués en proceso de ruptura con el conformismo ambiente, le ha tocado llegar al mundo: “Todo lo que soy aún no existe” (idem, p: 61). Y más adentro todavía unas preocupaciones vecinas de lo sacro pero encarnadas en lo cotidiano.
No hay melancolía. El discurso está purificado de entonaciones líricas. Hay, sí, el anuncio de algo por venir. De algo inminente. Estamos ante el canto de un burgués que se ha hartado de los cánones. De los discursos convenidos. Y que avanza hacia la revolución de su propio ser.
La muerte de un burgués o la iluminación por venir
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