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Falacias poselectorales


Acabaron las elecciones presidenciales 2016 y, lamentablemente, durante las semanas que han sucedido a la proclamación de los resultados por la ONPE, primero, y por el JNE, hace muy poco, los discursos oficiales que se difunden en medios empiezan a mostrar que nada cambiará drásticamente en los próximos cinco años, al menos en relación a la manera de ejercer el poder que hemos visto durante los dos últimos quinquenios presidenciales.

Llamemos a estos discursos falacias, para no herir susceptibilidades.

Primera: «El Perú es un país dividido en dos», «El Perú es un país polarizado»
Ambas frases se han venido repitiendo en programas políticos televisivos y radiales y en medios de prensa escritos y digitales, sin ningún tipo de rubor por parte de quienes enuncian alguna de las dos frases. En los discursos que hemos escuchado en estas últimas semanas, ambas remiten a dos mitades casi idénticas, sobre todo porque se construyen a partir de señalar que la diferencia entre Kuczynski y Fujimori es de apenas 41,057 votos. La mayoría de analistas políticos surgidos en estas últimas elecciones (casi como una plaga donde hay de todo, como en botica) coincidía en repetir que el gobierno de Kuczynski tendría serias dificultades en gobernar teniendo al frente a una mitad derrotada por escasos votos y que podría ejercer la oposición ganada por derecho a través de los votos. Los periodistas de los programas políticos oyeron a estos analistas y a congresistas electos repetir la idea y decidieron esconder la calculadora: escucharon las cifras y más bien se sumaron a la preocupación.

La repetición de esta primera falacia menguó, seguramente, porque alguien hizo algunos sencillos cálculos aritméticos y señaló la mentira. La ONPE nos tuvo en ascuas señalando en sus conteos los votos váálidos, como correspondía, pero para hacer un verdadero análisis (si se tiene la voluntad) es necesario abrir el lente y ver la fotografía completa. El Perú tiene 22’901,954 de electores hábiles, de los cuales 4’559,058 se ausentaron durante la segunda vuelta (las cifras son de la ONPE). Si bien 8’555,880 electores prefirieron a Keiko Fujimori frente a los 8’596,937 de Kuczynski y la diferencia entre ambos candidato es mínima, existen 149,577 votos blancos y 1’040,502 que tomar en cuenta. Por lo tanto, en el universo de electores válidos, Keiko Fujimori obtuvo un 37.359% frente a un 62.641% que, sea porque votó por el candidato que se le oponía, sea porque no se sintió representado por ninguno de los dos candidatos o porque no tuvo el ánimo ni la convicción de participar en la convocatoria de elecciones, no entregó su confianza a la candidata del fujimorismo.

El porcentaje de votos obtenido por Keiko Fujimori es importante y debe tomarse en cuenta, por supuesto, pero no representa la mitad del país, como se nos ha querido vender.

Y por supuesto, todo entra por los ojos.


Segunda: «El mandato del pueblo nos ha dado 73 escaños en el Congreso y nos ha convertido en oposición»
Más bien fue un favorable cambio en la metodología de aplicación de la cifra repartidora, así que los representantes y defensores del fujimorismo deberían dejar de repetir ese disparate. Y harían bien los periodistas que escuchan esa argumentación en mostrar un poco de dignidad y refutar esa tesis, aunque sea para defender su inteligencia.

Cuando un elector emite su voto, espera contribuir a que su candidato gane las elecciones con un único voto. No conoce el voto del resto del universo de electores y, por lo tanto, no toma una decisión en colectivo. El pueblo peruano es un abstracto que, en este caso, sirve para interpretar un resultado, pero repetir que los escaños han sido asignados por un colectivo como si este tuviera posibilidad de coordinación es otra falacia. Adicionalmente, la repartición de escaños en el Congreso se conoció luego de la primera vuelta electoral, mucho antes de que se terminara de decidir el nombre del presidente y, por lo tanto, antes de saber si el fujimorismo sería oficialismo u oposición.
Alguien dirá que se debe reinterpretar la voluntad del pueblo peruano —ese colectivo dubitativo— a la luz de los resultados de la segunda vuelta, pero eso hace más evidente lo antojadizo del análisis.

Allá quién se trague ese cuento.

Tercera: «Volvimos a perder el tren de la historia»
Esta es una de las más desconcertantes, defendida por Pedro Morillas. El autor afirma que debido a que sus votos sumados representaban más del 60% (para ser precisos, 74.897%, casi tres cuartos de los votos válidos, como hemos visto), ambos candidatos debieron «conversar y ponerse de acuerdo para gobernar» y evitar «una costosa y feroz segunda vuelta». No lo dice el autor, pero esto implicaba, se deduce, que uno de los dos renunciase a competir y el ganador incorporase a su rival como parte de su equipo de gobierno. Por lo tanto, ignorando las denuncias de corrupción contra ella y su entorno —compra de votos durante la campaña por medio de premios y regalos, adulteración de un audio por parte del candidato a vicepresidente de la plancha presidencial para descalificar un testimonio, la investigación fiscal por lavado de activos al secretario nacional de su partido, paralizada debido a su inmunidad parlamentaria (sin mencionar una investigación internacional desarrollada por la DEA)—, Morillas considera a Fujimori moralmente habilitada para desempeñar la presidencia de nuestro país. Discutible, por decir lo menos: si es así, hay que agradecer que ese tren se haya ido sin nosotros.

La columna no se diferenciaría de otras mucho más delirantes que he leído por estos días si no fuera por unas líneas inquietantes. Refiere Morillas que ahora «se habla de tender puentes», pero que esta fue una «idea que ambos desecharon cuando los busqué y les hice llegar razonamientos sensatos en beneficio del país y de ellos mismos, y que en una forma u otra garantizaba diez años de estabilidad que desesperadamente necesitamos para educarnos, para desechar la corrupción, la inseguridad y la pobreza endémica». ¿Diez años de estabilidad? El periodo presidencial en el Perú es de cinco años. ¿El autor del artículo sugirió que los candidatos se pusieran de acuerdo para cambiar la Constitución y permitir una reelección presidencial? ¿O proponía que se pusieran de acuerdo para sucederse en el poder (algo materialmente imposible, pues nada garantiza que el segundo de la lista de espera obtuviera los votos necesarios cuando le tocara su turno)? Es increíble que alguien pueda razonar as.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽guien pueda razonar asla segunda vuelta, pero cios)? pues nada garantiza que el segundo de la lista de espera obtuvierí.

Afortunadamente, cuando en su conclusión afirma que «ganó quien más sucio combatió», podemos concluir que el autor ha elaborado su artículo bajo el influjo de sus simpatías personales y políticas.



Falacias poselectorales Falacias poselectorales Reviewed by ContraPoder on 14:59:00 Rating: 5

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